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Escritos

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Apuntes para pensar la sociedad

Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas

Lo mismo que un árbol que en tiempo de otoño, se queda sin hojas

Al fin, la tristeza, es la muerte lenta de las simples cosas

Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida

Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso

Que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo

Demórate a ti, en la luz solar de este medio día

Donde encontrarás con el pan al sol la mesa tendida

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso

Que el amor es simple y a las cosas simples, las devora el tiempo

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida

Cesar Isella.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Amar supone el establecimiento de un vínculo libidinal profundo e intenso con alguien o algo. Entablar una relación, en ese sentido, implica aceptar la dimensión conflictiva y trágica de la vida, además de toparse con lo totalmente otro de una persona o cosa. El mundo de hoy opta, cada vez más, por los inmediatos intercambios placenteros, que a diferencia del amor, prescinden de la dimensión conflictiva o trágica. Los vínculos se tornan inoportunos. Portadores de displacer y conflicto se evitan bajo promesa de un estado ideal y con la firme convicción de una vacua sabiduría. El otro, en tanto Otro desaparece, se desvanece en pos de la positividad de lo igual. Lo distinto es fuente de angustia pero también de crecimiento. El infierno de lo igual alimentado del me gusta entroniza a su Yo engordado a puro eco y desnutrido de sentido e identidad…Si Pudiéramos oír a Eros, se escucharía su estertor.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Solo se puede volver a aquello que se ha amado. Solo lo amado se convierte en un espacio, en un lugar capaz de ser habitado y en un lugar cargado de historia y simbolismo. Lo disfrutado, en términos del puro placer, muere con el estímulo, tornándose navegable pero no habitable. Carente de profundidad, vive de la inmediatez y el impacto. No permite la demora. No se transforma en historia sino que perece como las historias de las  redes sociales. Dura lo que el sueño de Cenicienta .

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Amar Comprende perder. Amar supone dañar y reparar. Como la vida… que también implica inexorablemente la muerte. Ya José Saramago, en su libro “Intermitencias de la muerte” advertirte de los problemas de una vida sin muerte. Y nos muestra, además, como la Muerte para vivir el amor, y para vivir en última instancia también, debe tornarse un mortal más.

Quien ama la vida, la perderá. Como el árbol que pierde sus hojas… Las pierde porque vive. Perder, hoy no es una opción. No se puede perder lo que no se tiene. Rápidamente hay que soltar. Uno tiene que fluir. ¿Hacia dónde? No lo sé y menos con la creciente carestía de lugares.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Vivimos en un mundo cada vez más parecido al mundo feliz de Aldous Huxley. Tomamos Nuestro Soma diario y nos sentimos libres. Somos, al mismo tiempo, libres y esclavos, oprimidos y opresores, sumergidos en una compleja ingeniería del placer. Ya no resulta necesario vigilar y castigar. Basta con proveer placer constante. Nuestro smatrphone es el dealer más eficiente. Abrimos voluntariamente nuestra vida para que nos controlen. Nos sentimos libres al hacerlo.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida….

Yo agregaría… Hasta que uno no tiene más a donde volver ¿ Y entonces que nos queda? El caos. Un estado permanente de contradicción, sin forma, oscuridad, donde los principios de orden, verdad y significado se desvanecen.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Para terminar quisiera recordar/volver a Pepe Silberstein, quien en vida fuera miembro de APR y que en su libro Vínculos Diabólicos nos deja una hermosa frase:

“El eslabón que une la vida con la muerte es lo que empuja a los seres humanos a la búsqueda de la trascendencia”

Entiendo firmemente que una de nuestras tareas como psicoanalistas es no permitir que ese eslabón se pierda.

Muchas gracias.

La pandemia como una oportunidad para pensar las relaciones entre la realidad social, el psiquismo y la subjetividad

Al momento de elaborar el presente escrito me pareció interesante articular algunos conceptos -trabajados por algunos autores que vimos durante el cursado del Seminario Psicopatología I- para reflexionar, brevemente, acerca de un hecho social de características y proporciones pocas veces vista en la historia, cuyos efectos sobre todos nosotros aún continúan desplegándose: me refiero a la pandemia de Covid19.

Esta pandemia se distinguió por la velocidad con la que se expandió en todo nuestro planeta y por el hecho de poner a la comunidad humana en un estado de amenaza para el cual no estaban preparadas las defensas necesarias para enfrentarla, sobre todo en los primeros momentos. Se trata -como ya sabemos- de un virus para el cual no hay un tratamiento efectivo y cuya vacuna, recientemente elaborada, está pendiente de aplicarse, constituyendo un alivio importante que no elimina las tensiones. Es, además, un virus que tiene la potencialidad de terminar con la vida humana o de afectar la salud considerablemente, sobre todo de aquellas personas que se encuentran en los denominados grupos de riesgo.

Al mismo tiempo, como característica central y distintiva: el hecho de que sean los propios seres humanos quienes transmiten el virus, cuya alta contagiosidad se puso en evidencia, no es un aspecto para nada menor al momento de considerar los efectos sobre las relaciones sociales.

Las limitaciones para encontrar un tratamiento eficaz conllevaron a que los gobiernos de distintas partes del mundo tuvieran que aplicar diferentes medidas sanitarias a los efectos de controlar la circulación comunitaria del virus, tratando de evitar, así, el colapso de los sistemas sanitarios y un daño mayor en las personas afectadas. En el caso particular de nuestro país estas medidas se acompañaron de una consigna: “cuidarte es cuidarnos”, como un llamado a comprender que estamos ante un problema que une destinos y esfuerzos, que lo individual es indisociable de lo colectivo.

En este contexto, hemos observado distintas reacciones en nuestra sociedad. Desde voraces actitudes individualistas -como la búsqueda desesperada de mercaderías por temor al desabastecimiento-, pasando por la circulación masiva del humor negro a través de memes musicales que pretendían relativizar la angustia de muerte que nos acechaba, hasta los tempranos aplausos nocturnos -luego extinguidos-, mediante los cuales se intentaba empatizar con el personal de salud, advirtiendo un desafío descomunal. También vimos comportamientos transgresores y un tanto eufóricos -como las fiestas clandestinas-, posturas negacionistas respecto de la veracidad del virus -en algunos casos con ideaciones delirantes- y reacciones paranoides -como el hecho de escrachar a las personas que se infectaban, publicando sus direcciones o amedrentar al personal médico para que abandone el vecindario por temor al contagio-.

Por otra parte, se puso de manifiesto la importancia de la salud mental para pensar los efectos de esta situación sobre las personas y la comunidad. Entre las disciplinas que conforman la salud mental se encuentra el psicoanálisis. ¿Qué podemos, entonces, aportar desde nuestra especificidad para pensar en este contexto?

Como planteo en el título de este escrito, me interesa trazar brevemente algunas líneas para pensar -tomando los aportes de algunos autores trabajados durante el año- las relaciones entre la realidad social, el psiquismo y la subjetividad, en el contexto de esta pandemia.

En primer lugar, me parece importante poder ubicar qué incidencia ha tenido esta pandemia en el psiquismo. Pienso que la caracterización de esta incidencia sobre el psiquismo -dada la impreparación que hemos tenido como comunidad para defendernos adecuadamente de la amenaza que representa la pandemia, sobre todo en los primeros momentos-, puede definirse como traumática.

En este punto, retomar los aportes de Silvia Bleichmar (2003, 2010) sobre el traumatismo constituye una vertiente fecunda para pensar las relaciones entre la realidad (entendida como realidad externa, histórica y vivencial) y el psiquismo humano.

Considerada como una cuestión superada en la obra freudiana, la problemática del traumatismo ocupó durante muchos años un lugar totalmente secundario en psicoanálisis. Bleichmar se propone retomarla, señalando que debe superarse la concepción clásica según la cuál lo traumático es el desencadenante del algo que ya está preformado en el sujeto. Plantea -siguiendo a Laplanche-  que hay una concepción más novedosa del trauma, presente de manera marginal en la obra freudiana, según la cual “lo traumático es constitutivo e incluso constituyente del funcionamiento psíquico, y que es bajo el efecto de la obligatoriedad que tiene el psiquismo de elaborar aquello que le llega, de darle un destino, de evitar su destrucción sobre la base de cantidades que debe metabolizar, como logra su complejización y evolución” (38).

Desde esta concepción “se descarta (…) al traumatismo considerado como algo que viene a romper una evolución lineal endógenamente planteada, para definirlo en sentido amplio como aquello que viene a introducir un desequilibrio que obligará a encontrar nuevas formas de equilibramiento no presentes en el modo de funcionamiento de la estructura de partida” (39).

¿Cómo podemos pensar, entonces, la afectación en el psiquismo producida por esta pandemia, teniendo en cuenta los comportamientos que observamos?

Si el traumatismo introduce tensiones en el psiquismo que lo obligan a producir elaboraciones nuevas para evitar su arrasamiento, podemos pensar que la gran mayoría de los comportamientos que observamos no constituyen respuestas nuevas  -en el sentido de crear los recursos necesarios para seguir viviendo-; parecen, más bien, repeticiones de situaciones previas que coagulan toda perspectiva colectiva de superación.

Bleichmar afirma que “cada sujeto estructura, respecto del traumatismo, una organización que le permite posicionarse en relación con la comprensión simbólica del mismo, pero esta comprensión simbólica está tejida con la materialidad representacional, ideológica, podemos decir, del horizonte que le ofrece su historia en el marco de la sociedad de pertenencia”.

Nuestro país tiene una historia social reciente donde abundan, lamentablemente, este tipo de reacciones individualistas, maníacas, negacionistas y paranoides. Retomando, una vez más, a Silvia Bleichmar (2003), tenemos que tener presente que “la Argentina ha estado agitada en los últimos (…) años por el traumatismo mayor que implicó el terrorismo de Estado. Esto es indudable hasta el punto que (…) el desmantelamiento que hemos sufrido está muy ligado a las formas con las cuales nosotros hemos reaccionado como país, del mismo modo que reacciona el sujeto psíquico” (43).

 Como excepción, quizás, de estas conductas, la única respuesta que evidenció un intento de articulación diferente fueron los aplausos a los médicos, operando como una suerte de señal de angustia frente a lo que íbamos a enfrentar, pero que no logró articularse posteriormente en representaciones colectivas que preservaran el cuidado propio y el reconocimiento del semejante como destino común.

Los comportamientos descriptos ponen en evidencia, por otro lado, un funcionamiento psíquico predominantemente primario, coincidente con la descripción que Yago Franco (2015) realiza de lo “autoerótico como modo de satisfacción pulsional, que ignora la presencia del otro como tal” (1). Si lo que caracteriza a esta época -siguiendo el pensamiento de este autor- es la exigencia de placer ilimitado, si se trata de una sociedad que exalta y demanda la falta de límites, cerrando al sujeto sobre el horizonte de su propio narcisismo ¿Cómo transitar una pandemia que pone en suspenso dichas exigencias? ¿Cómo esperar que los ciudadanos, instituidos subjetivamente en el consumismo, asuman el compromiso que sus gobiernos imploran, poniéndose límites, para cumplir normas de cuidado que tengan en cuenta a sus semejantes? Teniendo en cuenta esto se comprende que haya carecido de peso simbólico, al menos para una gran parte de la población, la consigna “cuidarte es cuidarnos”.

Para finalizar, reflexiono que las consecuencias de esta pandemia para el psiquismo y la subjetividad pueden pensarse -como he intentado puntualizar- en clave traumática, ubicándonos frente al desafío de intervenir para evitar que sus efectos tengan un carácter destructivo, abriendo posibilidades para recomponer -entre historia y presente- aquellos enlaces asociativos que nos permitan encontrar otro destino, a partir de nuevos modos de pensar.

En este sentido, valorizo la concepción de un aparato psíquico abierto a la realidad, susceptible de transformarse mediante las recomposiciones que los nuevos procesos históricos-vivenciales obligan a realizar, entendiendo que “el inconsciente es, a su vez, transformable y sus contenidos, aunque indestructibles, son modificables”. Esto es -como afirma Silvia Bleichmar- “lo que le da razón de ser al psicoanálisis y a nosotros mismos como psicoanalistas, a la exportación extramuros de la práctica psicoanalítica” (10).

BIBLIOGRAFÍA.-

Bleichmar, Silvia (2010). “Psicoanálisis extramuros. Puesta a prueba frente a lo traumático”. Bs. As.: Editorial Entreideas.

Bleichmar, Silvia (2003). “Conceptualización de catástrofe social. Límites y encrucijadas”. En: “Clínica psicoanalítica ante catástrofes sociales. La experiencia argentina”. Bs. As.: Editorial Paidós.

Franco, Yago (2015) “Más allá del narcisismo”. Texto ampliado del presentado en el simposio de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados el 31-10-2015, en el panel Narcisismo siglo XXI. Psicoanálisis, actualidad y cultura.

Franco, Yago. “Sobre los límites”. Texto publicado en: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num16/clinica-franco-sobre-los-limites.php

Reflexiones deshilachadas (el coronavirus y yo)

Me dije, podría escribir algo acerca de estas vivencias, pro coronavirus, a las que todos estamos accediendo sintiéndolas de distintas maneras. Podría hablar de cómo la sienten los pacientes, de lo que dicen los que opinan y los periodistas y los expertos y los científicos, pero eso ya todos los sabemos.

Todos los sabemos?

Precisamente eso resuena en mi cabeza, leía un artículo de una trabajadora social preguntándose, que, si bien todos sabemos que con agua y jabón podemos combatir el “bicho”, pero, y los que no tienen agua? Si, todos sabemos que no tenemos que salir de casa, pero, y aquellos que no la tienen? O, los que sí la tienen pero la esquina, la plazita, la canchita son más íntimas y menos peligrosas que el propio hogar?.

También me preguntaba, que, si bien es necesaria más que nunca la solidaridad entre nosotros, el ayudar al otro quedándose en casa o colaborando con aquellos que carecen, acercándoles el agua necesaria, la comida en los comedores, la asistencia en la enfermedad, pero, y ahí va mi pregunta, no será que por ayudar le llevamos el “bicho” a aquellos que no lo tienen? Hay alguna otra manera de ser solidarios sin replicar el virus? Freud nos dijo, cuando su teoría llego a EEUU, “no saben que les llevamos la peste”, será entonces que no es posible vincularse con el otro, relacionarse, conectarse en presencia, sin el peligro de “contagiar”? En el malestar en la cultura el mismo autor nos dice que el ser humano debe renunciar a sus deseos, reprimir sus impulsos para hacerse de la cultura, pero la cultura de la época victoriana indudablemente no es ni parecida a la que hoy nos circunda y hacerse de la cultura no se hace por un deseo propio, en nuestra invalidez, inmadurez e inermidad al nacer, son nuestros cuidadores, de quienes dependemos en absoluto, quienes nos van indicando el camino hacia ella.

Que hace entonces que alguien como ese surfer rebelde no quiera avenirse al protocolo establecido para éste momento de nuestra sociedad? O que hace que alguien recuerde que ya pasamos “una igual” cuando la peste de la polio nos atacó en los años 50 ¿por qué alguien para tolerar las vivencias nuevas, la incertidumbre necesita asociarla a algo ya digerido o al menos “ya sabido” y otros, para poder sobrellevar el miedo, el dolor necesitan negarlo?

Pensando en los distintos momentos en las diferentes sociedades y culturas, hoy, un amigo nos anima a escribir recuerdos de nuestro paso por la infancia y adolescencia en nuestro pueblo natal, otra manera de pasar el mal trago?

Será esto último, posiblemente, lo que me habrá animado a escribir, a volcar en un papel aquello que se nos atraganta, pero también se agolpa por querer salir y en esa vorágine no se puede y a veces no se quiere tener coherencia, que pueda manifestarse así, todo junto, todo mezclado, en un ir y venir, en un sentirse bajoneado por momentos y eufórico por otros.
Por momentos como en un vacío, como si los pensamientos y sentimientos se hubieran agotado de tanto usarlos, de tanto revolverlos, luego, se me aparece como una tabla de salvación, quizás, el psicoanálisis, (aunque sé que con el psicoanálisis no basta), esta teoría que ayuda a pensar a pensarme a pensar para acompañar y entonces aparece una respuesta a una de mis tantas preguntas. Si, se puede ayudar, se puede acompañar y aunque no con la presencia, (que puede llevar el refugio y también la peste), se recurre a la tecnología, se puede ayudar a través de las redes: a los pacientes que sufren podemos contenerlos por te, por whats, por skipe, e inmediatamente obtengo desde allí, otras respuestas (algunas) para otras pregunta: las sociedades cambian y en diferentes épocas se suscitan distintas incertidumbre, pero también cada época viene con “el pan bajo el brazo” dándonos a nuestro alcance herramientas que, si bien abren nuevas incertidumbre, por momentos nos ayudan a ayudar.

Es increíble la mente humana, me preguntaba, otra mas!!, tengo una hoja en blanco, qué voy a escribir?? Podría ser del psicoanálisis remoto, pero… las palabras surgen una detrás de la otra, deshilachadas, incoherentes por momentos pero como desafiando al pensamiento… acá estoy, no me pararas…. Recordaba una paciente que manifestaba que, después de una discusión dolorosa había llorado mucho y se había dormido, al despertarse no podía mover el brazo derecho, primero cosquilleaba su mano, luego se adormeció el brazo, había tratado de domar su angustia, había descargado su llanto, sin embargo allí estaba, haciendo síntoma en su cuerpo, es indomable y aunque crea y afirme que el afuera, la realidad, la presencia del otro me subjetiva, no puedo negar que el inconsciente no se deja domar ni por el coronavirus.

Psic. Ana María Pagani
Miembro Titular con Función Didáctica de la Asociación de Psicoanálisis de Rosario

¿Cómo comprender lo que estamos sintiendo?

La situación actual (pandemia, aislamiento social obligatorio, distanciamiento social), nos afecta a todos, aunque lo que sentimos puede ser diferente en cada uno de nosotros y además a medida que transcurre el tiempo.Es muy importante poder reconocer que nos está pasando, ya que eso nos ayuda a poder tolerarlo y procesarlo. Algunas veces nos damos cuenta de ello, otras es una sensación difícil de determinar pero claramente desagradable, muchos dicen “un bajón” o “medio depre”. Las emociones más comunes que aparecen son: frustración, frente a la imposibilidad de realizar aquello que deseamos, debido a la pérdida de libertad; angustia, vinculado a lo anterior y a la pérdida de nuestra vida, tal como la veníamos viviendo; impotencia, ya que no hay algo que podamos hacer para cambiar la situación¸ sensación de vacío o soledad, particularmente en las personas que viven solas, lógicamente agravado por la realidad que se vive, muchas veces los vínculos naufragan en la mente, en ciertas personas la falta de contacto presencial provoca esa sensación de pérdida, de zozobra; inseguridad, frente a un futuro que aparece como incierto, y al temor ante una posibilidad de contagio y eventualmente sus complicaciones, en especial en aquellas personas que se consideran pertenecientes a la población de riesgo; miedo, frente a lo desconocido; también, últimamente se está percibiendo, un fuerte sentimiento de enojo o “bronca”, frente a lo que se vivencia como injusto o como que ya no tiene que ver con el cuidado y el bien común. Últimamente y particularmente en aquellas pequeñas localidades donde no ha habido contagios o fueron pocos y recuperados, se percibe cierta negación de la situación, tiende a pensarse que ya pasó o que pasa en otros lugares más lejanos, lo que ha llevado en algunos sitios a un retroceso en la flexibilidad que se había logrado. Finalmente, se percibe cada vez más, una negación más radical, aduciendo a teorías conspirativas y desestimando los cuidados en la higiene, como una manera de no sentirse sometidos por ese poder al que le atribuyen la responsabilidad de la situación.
Es importante poder hablar esto que sentimos con alguien cercano y si esto no es suficiente para lograr el alivio de estas emociones, consultar con un profesional de la salud mental, porque seguramente se están manifestando conflictos internos, propios, que han sido agravados o despertados por la presente situación.

Psic. Rubén J. Martínez
Miembro de la Asociación de Psicoanálisis de Rosario

Lo Divino de “lo humano” es distinguir entre el bien y el mal

Días atrás estábamos participando de una videoconferencia con otros cientos de colegas en estas nuevas plataformas digitales que se presentaron en nuestras vidas como una forma de mitigar el aislamiento social durante la cuarentena, que nos deja encerrados y a la vez vulnerables. Mientras transcurría la conferencia irrumpió ante nuestros ojos incrédulos e indefensos, imágenes desgarradoras de un abuso sexual infantil. Habíamos sufrido un ciberataque. No podíamos defendernos de esta agresión que produjo en nosotros: sorpresa, vergüenza, repugnancia, impotencia, y miedo. Sabemos que los abusos sexuales en niños existen y estamos en conocimiento de las consecuencias devastadoras y definitivas que marcan al psiquismo en edad temprana. Al poco tiempo escuchamos en los medios de comunicación que algunos jueces deciden dar prisión domiciliaria, entre otros, a presos que han cometido delitos sexuales, violadores y pedófilos, y con esto la posibilidad amenazante de que víctimas y victimarios puedan volver a enfrentarse reavivando en la víctima el dolor y el miedo del trauma siniestro. Y entonces se repite lo que nunca debería haber pasado: aquellas personas en quienes descansa nuestra confianza (familiares e instituciones como la Justicia) vuelven a dejar a las victimas expuestas y vulnerables. Nos damos cuenta que de lo irreparable e irreversible que es para la psiquis del niño que quienes deben cuidar y ayudar a construir sus mentes nuevas sean quienes bajo el ala de lo familiar, lo cotidiano, lo legal, muestran su crueldad, poder y tiranía. Lejos de constituirse como un sujeto el niño es el objeto permanente del abuso, transita un camino hacia lo indecible, hacia el desamparo más absoluto. Cuando un niño es abusado sexualmente confronta en su aparato psíquico inmaduro hechos y sensaciones que no puede alcanzar a entender porque provocan estímulos sexuales altamente dimensionados. Sobre un yo corporal rudimentario la sobreexcitación externa e intrusiva impide que el niño pueda procesar esa cantidad de vivencias catastróficas dejándolo traumatizado para siempre. ¿Cuáles son las cicatrices de esta brutal vulnerabilidad violentada? El cuerpo que ha sido abusado es vivido con vergüenza y desprecio, es un cuerpo sentido como extraño que probablemente en un futuro podría ser víctima de autoagresiones corporales. También podría ejecutar en los demás aquello que sufrió pasivamente buscando otra manera de ser castigado. Así mismo se ven afectadas otras áreas de su personalidad con estados de ansiedad incontrolables, vivencias persecutorias y de culpa, estados de confusión con poco reconocimiento de la realidad externa. El niño al verse impedido de procesar tal excitación sexual, deviene en un adulto afectado en su sexualidad de distintos modos: disfunciones sexuales, falta de deseo sexual, elecciones patológicas de pareja, inhibiciones de la sexualidad etc.

Para terminar quiero compartir estos conceptos de Juan Tesone sobre los efectos abusivos de la sexualidad del niño: “Para el niño será triplemente traumático: por la intrusión y sobrecarga del hecho en sí mismo, por la excitación alienante que le produce, sin acuerdo ni deseo y por la experiencia de subjetivación que el hecho implica”.

Psic. Matilde Mijelman.
Miembro de la Asociación de Psicoanálisis de Rosario.