Con el fin de hacer más agradable la estadía obligatoria en los hogares recentaremos una serie de escritos cortos, favoreciendo la reflexión y la lectura. En el profundo silencio de un lunes feriado, en cuarentena y con aliento otoñal. De repente, una aguda voz se cuela por la puerta balcón. No muy claro, el sonido se asemeja a los altoparlantes policiales pidiendo responsabilidad y conciencia social. Acerco la ñata a la ventana y nada. No se ve nada en la calle che. Acerco la oreja al vidrio… sonido de muchedumbre. Abro las puertas y la voz de un locutor. Que Ruggeri, que la gente… Que un centro, que una corrida. Unos cuantos minutos para sintonizar y se deja escuchar, con claridad, el relato de un viejo match de fútbol. Algún vecino, en algún edificio a puro sonido pasional. Sin entender por qué, me asomo a la baranda del balcón e inmediatamente me asalta una imperiosa necesidad de detectar el dispositivo emisor. Un televisor… no parece. Un dispositivo digital… menos. La radio! En estos tiempos? Me resisto a esta idea, el sentido común me dice que no. En estos tiempos? Imposible. Sigo buscando con la ñata al aire. Y sí, es una radio, tiene que serlo. Ese sonido es único. Una radio con ese sonido, debería de tener mucha potencia… seguramente es una radio de mano, esas portátiles, medianas, con tonalidades grisáceas, antena replegaban y sintonizador manual del dial. Que loco, hace añares que no escuchaba ese sonido, pensar que lo creía perdido. Pensar que lo creía clausurado junto al cajón del abuelo. Y sí, si cuando partió, se fue con su radio entre las mortajas. Y sí, mira lo que trae el silencio y la soledad. Y sí, mirá como estoy viajando… es ahora, cuando recordas los partidos de Rosario Central o del Charrua que salían por la radio. Recostados, uno al lado del otro. Una habitación más bien oscura,con muchos cuadros, perfumada de naftalina. Que la reserva, que el primer equipo. Que el partido, la hinchada. La tabla, el fixture. Que el asociarme antes de verme por primera vez… en fin la vida, la historia. Que loco, cuando las calles parecen muertas podemos escuchar a los muertos. Que loco, que los muertos no mueran y sigan deambulando por Rosario. En cada esquina, en un café, en el aire, en un sonido, en un aroma… En una transmisión.
Lic. Leonardo Pedemonte
Egresado de Seminario del Instituto de Formación