Al momento de elaborar el presente escrito me pareció interesante articular algunos conceptos -trabajados por algunos autores que vimos durante el cursado del Seminario Psicopatología I- para reflexionar, brevemente, acerca de un hecho social de características y proporciones pocas veces vista en la historia, cuyos efectos sobre todos nosotros aún continúan desplegándose: me refiero a la pandemia de Covid19.
Esta pandemia se distinguió por la velocidad con la que se expandió en todo nuestro planeta y por el hecho de poner a la comunidad humana en un estado de amenaza para el cual no estaban preparadas las defensas necesarias para enfrentarla, sobre todo en los primeros momentos. Se trata -como ya sabemos- de un virus para el cual no hay un tratamiento efectivo y cuya vacuna, recientemente elaborada, está pendiente de aplicarse, constituyendo un alivio importante que no elimina las tensiones. Es, además, un virus que tiene la potencialidad de terminar con la vida humana o de afectar la salud considerablemente, sobre todo de aquellas personas que se encuentran en los denominados grupos de riesgo.
Al mismo tiempo, como característica central y distintiva: el hecho de que sean los propios seres humanos quienes transmiten el virus, cuya alta contagiosidad se puso en evidencia, no es un aspecto para nada menor al momento de considerar los efectos sobre las relaciones sociales.
Las limitaciones para encontrar un tratamiento eficaz conllevaron a que los gobiernos de distintas partes del mundo tuvieran que aplicar diferentes medidas sanitarias a los efectos de controlar la circulación comunitaria del virus, tratando de evitar, así, el colapso de los sistemas sanitarios y un daño mayor en las personas afectadas. En el caso particular de nuestro país estas medidas se acompañaron de una consigna: “cuidarte es cuidarnos”, como un llamado a comprender que estamos ante un problema que une destinos y esfuerzos, que lo individual es indisociable de lo colectivo.
En este contexto, hemos observado distintas reacciones en nuestra sociedad. Desde voraces actitudes individualistas -como la búsqueda desesperada de mercaderías por temor al desabastecimiento-, pasando por la circulación masiva del humor negro a través de memes musicales que pretendían relativizar la angustia de muerte que nos acechaba, hasta los tempranos aplausos nocturnos -luego extinguidos-, mediante los cuales se intentaba empatizar con el personal de salud, advirtiendo un desafío descomunal. También vimos comportamientos transgresores y un tanto eufóricos -como las fiestas clandestinas-, posturas negacionistas respecto de la veracidad del virus -en algunos casos con ideaciones delirantes- y reacciones paranoides -como el hecho de escrachar a las personas que se infectaban, publicando sus direcciones o amedrentar al personal médico para que abandone el vecindario por temor al contagio-.
Por otra parte, se puso de manifiesto la importancia de la salud mental para pensar los efectos de esta situación sobre las personas y la comunidad. Entre las disciplinas que conforman la salud mental se encuentra el psicoanálisis. ¿Qué podemos, entonces, aportar desde nuestra especificidad para pensar en este contexto?
Como planteo en el título de este escrito, me interesa trazar brevemente algunas líneas para pensar -tomando los aportes de algunos autores trabajados durante el año- las relaciones entre la realidad social, el psiquismo y la subjetividad, en el contexto de esta pandemia.
En primer lugar, me parece importante poder ubicar qué incidencia ha tenido esta pandemia en el psiquismo. Pienso que la caracterización de esta incidencia sobre el psiquismo -dada la impreparación que hemos tenido como comunidad para defendernos adecuadamente de la amenaza que representa la pandemia, sobre todo en los primeros momentos-, puede definirse como traumática.
En este punto, retomar los aportes de Silvia Bleichmar (2003, 2010) sobre el traumatismo constituye una vertiente fecunda para pensar las relaciones entre la realidad (entendida como realidad externa, histórica y vivencial) y el psiquismo humano.
Considerada como una cuestión superada en la obra freudiana, la problemática del traumatismo ocupó durante muchos años un lugar totalmente secundario en psicoanálisis. Bleichmar se propone retomarla, señalando que debe superarse la concepción clásica según la cuál lo traumático es el desencadenante del algo que ya está preformado en el sujeto. Plantea -siguiendo a Laplanche- que hay una concepción más novedosa del trauma, presente de manera marginal en la obra freudiana, según la cual “lo traumático es constitutivo e incluso constituyente del funcionamiento psíquico, y que es bajo el efecto de la obligatoriedad que tiene el psiquismo de elaborar aquello que le llega, de darle un destino, de evitar su destrucción sobre la base de cantidades que debe metabolizar, como logra su complejización y evolución” (38).
Desde esta concepción “se descarta (…) al traumatismo considerado como algo que viene a romper una evolución lineal endógenamente planteada, para definirlo en sentido amplio como aquello que viene a introducir un desequilibrio que obligará a encontrar nuevas formas de equilibramiento no presentes en el modo de funcionamiento de la estructura de partida” (39).
¿Cómo podemos pensar, entonces, la afectación en el psiquismo producida por esta pandemia, teniendo en cuenta los comportamientos que observamos?
Si el traumatismo introduce tensiones en el psiquismo que lo obligan a producir elaboraciones nuevas para evitar su arrasamiento, podemos pensar que la gran mayoría de los comportamientos que observamos no constituyen respuestas nuevas -en el sentido de crear los recursos necesarios para seguir viviendo-; parecen, más bien, repeticiones de situaciones previas que coagulan toda perspectiva colectiva de superación.
Bleichmar afirma que “cada sujeto estructura, respecto del traumatismo, una organización que le permite posicionarse en relación con la comprensión simbólica del mismo, pero esta comprensión simbólica está tejida con la materialidad representacional, ideológica, podemos decir, del horizonte que le ofrece su historia en el marco de la sociedad de pertenencia”.
Nuestro país tiene una historia social reciente donde abundan, lamentablemente, este tipo de reacciones individualistas, maníacas, negacionistas y paranoides. Retomando, una vez más, a Silvia Bleichmar (2003), tenemos que tener presente que “la Argentina ha estado agitada en los últimos (…) años por el traumatismo mayor que implicó el terrorismo de Estado. Esto es indudable hasta el punto que (…) el desmantelamiento que hemos sufrido está muy ligado a las formas con las cuales nosotros hemos reaccionado como país, del mismo modo que reacciona el sujeto psíquico” (43).
Como excepción, quizás, de estas conductas, la única respuesta que evidenció un intento de articulación diferente fueron los aplausos a los médicos, operando como una suerte de señal de angustia frente a lo que íbamos a enfrentar, pero que no logró articularse posteriormente en representaciones colectivas que preservaran el cuidado propio y el reconocimiento del semejante como destino común.
Los comportamientos descriptos ponen en evidencia, por otro lado, un funcionamiento psíquico predominantemente primario, coincidente con la descripción que Yago Franco (2015) realiza de lo “autoerótico como modo de satisfacción pulsional, que ignora la presencia del otro como tal” (1). Si lo que caracteriza a esta época -siguiendo el pensamiento de este autor- es la exigencia de placer ilimitado, si se trata de una sociedad que exalta y demanda la falta de límites, cerrando al sujeto sobre el horizonte de su propio narcisismo ¿Cómo transitar una pandemia que pone en suspenso dichas exigencias? ¿Cómo esperar que los ciudadanos, instituidos subjetivamente en el consumismo, asuman el compromiso que sus gobiernos imploran, poniéndose límites, para cumplir normas de cuidado que tengan en cuenta a sus semejantes? Teniendo en cuenta esto se comprende que haya carecido de peso simbólico, al menos para una gran parte de la población, la consigna “cuidarte es cuidarnos”.
Para finalizar, reflexiono que las consecuencias de esta pandemia para el psiquismo y la subjetividad pueden pensarse -como he intentado puntualizar- en clave traumática, ubicándonos frente al desafío de intervenir para evitar que sus efectos tengan un carácter destructivo, abriendo posibilidades para recomponer -entre historia y presente- aquellos enlaces asociativos que nos permitan encontrar otro destino, a partir de nuevos modos de pensar.
En este sentido, valorizo la concepción de un aparato psíquico abierto a la realidad, susceptible de transformarse mediante las recomposiciones que los nuevos procesos históricos-vivenciales obligan a realizar, entendiendo que “el inconsciente es, a su vez, transformable y sus contenidos, aunque indestructibles, son modificables”. Esto es -como afirma Silvia Bleichmar- “lo que le da razón de ser al psicoanálisis y a nosotros mismos como psicoanalistas, a la exportación extramuros de la práctica psicoanalítica” (10).
BIBLIOGRAFÍA.-
Bleichmar, Silvia (2010). “Psicoanálisis extramuros. Puesta a prueba frente a lo traumático”. Bs. As.: Editorial Entreideas.
Bleichmar, Silvia (2003). “Conceptualización de catástrofe social. Límites y encrucijadas”. En: “Clínica psicoanalítica ante catástrofes sociales. La experiencia argentina”. Bs. As.: Editorial Paidós.
Franco, Yago (2015) “Más allá del narcisismo”. Texto ampliado del presentado en el simposio de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados el 31-10-2015, en el panel Narcisismo siglo XXI. Psicoanálisis, actualidad y cultura.
Franco, Yago. “Sobre los límites”. Texto publicado en: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num16/clinica-franco-sobre-los-limites.php